Argumentación en tiempos de pandemia
Lean este texto argumentativo para resolver las actividades propuestas al final del artículo.
2 de abril de 2020 – Diario Página 12 – Buenos Aires
¿Qué haríamos sin
señal?
Cuarentena, internet y la incertidumbre
Por Mariana Enriquez (Escritora)
Hace unos días el celular
despertó sin la antena que anuncia la etérea presencia del WiFi y, en cambio,
mostraba el ominoso 4G. Acontecía una de las pesadillas posibles: se
cortó Internet. Actué con celeridad. Llamé a la empresa. Por supuesto
tenían la grabación: “Estimado cliente. Hemos detectado un inconveniente en su
zona. Estamos trabajando para solucionarlo. Le pedimos disculpas”. Mi
incapacidad de negociar con el corte del servicio --siquiera veinte minutos--
me llevó a tuitear el reclamo. Dije la verdad: que necesitaba WiFi para
trabajar. No estaba urgida: el trabajo podía esperar. No se trataba de eso sino
del estrés que imaginaba. No ser capaz de hacer un pedido por internet (y no
hago pedidos por internet pero, ¿si resultaba necesario?). Un poco más
seriamente, temía quedarme sin teléfono, incomunicada, porque es el mismo
servicio (aunque obviamente el celular seguía funcionando y estaba
cargado). No poder escuchar radio, no poder ver televisión, no poder
comunicarme con mis amigas, no poder no poder. Borré los tuits cuando
se restableció el servicio porque apestaban a desesperación y me daban
vergüenza.
Internet no me parece un servicio sino una necesidad vital:
la gente que todavía dice vida virtual vs vida real me hace acordar a quienes
llaman (¡todavía lo hacen!) caja boba a la televisión. Soy anfibia: conocí el mundo analógico
total, pero ya no lo recuerdo. No me parece un desastre ni
decadencia humana estar muchas horas chequeando el celular o
scrolleando o googleando. Estoy a favor de la etiqueta en la interacción;
también creo que la
relación con internet puede ser adictiva. Pero es nuestra forma de vida.
Sin embargo, pasado el pánico
del corte, me pregunté si este momento inédito global no sería mejor con menos
horas de internet. Hay que desintoxicarse, me dicen. Nada más fácil
de decir y más complicado de hacer. Lo primero por la mañana, antes de
preparar el desayuno, antes incluso de ir a la cama es chequear redes. Llega un
listado de reclamos para darle argumentos a un cacerolazo. Se comenta con
exaltación. 52 mensajes en un grupo de WhattsApp, 43 en otro. En el primero,
alguien debate con su conciencia sobre si denunciar o no al vecino que rompió
la cuarentena. En el segundo alguien dice que está perdiendo la cabeza, que
tiene miedo, que está en un grupo de riesgo. Le decimos que el sistema no está
colapsado, que puede ir al hospital, pero llora y se desconecta. El primer hashtag de esta mañana
era #caceroleatelachota por ese fantástico video de la vecina que insulta a los
que cacerolean desde su balcón, dueña de un manejo de la puteada digno de los
grandes actores nacionales. Pero el segundo hashtag era #Ecuador y no hay
palabras para lo que se ve ahí ni capacidad de describirlo. Tampoco de
olvidarlo.
Y la incontinencia. La gente
harta de los aplausos. Los que hacen pan. Los que odian a los que hacen
pan. Los que censuran a los que se quejan porque otros sufren más. Los
que se estufan ante los medidores de sufrimientos. El sufrimientómetro. Los
hiperactivos y serviciales. Los que están hartos de las actividades. Los que
piden recomendaciones. Los que se enojan con quienes tienen balcón por alardear
del balcón y el sol. Los que detestan a los que tienen patio. Los que tienen
culpa por tener plantas y entretenerse. Los que se enojan con los que no usan
lenguaje inclusivo. Los que creen que pensar en eso es de una levedad pasmosa.
Los que se desesperan como náufragos: necesito sacar el permiso para transitar,
la página se cae, saben de un motoquero, cuándo abren los bancos, tengo que
llevarle plata a mi mamá en provincia, mandale Glovo, no llega hasta su casa,
cómo no va a llegar, acabo de chequear, pueden ir dos personas en un auto, ¿sí
o no? Mi amiga de Estados Unidos dice que todo el aire de Nueva York está
contaminado. No, eso es una tontería. Doy una explicación temblorosa del virus
en las gotas de saliva, toser en el codo, la vida flotante sólo en condiciones
de laboratorio. Silencio. Un minuto después, manda el link de la nota para
demostrar que ella no se tragó un fake. Se trata de un largo testimonio de una paciente
neoyorquina; cuenta que, cuando fue al médico y le contó que había salido a
andar en bicicleta, el profesional le dijo: “En la ciudad, ¿con la carga viral
que hay? No es seguro”. La declaración del médico no implica que el
virus esté flotando en el aire ni que se lo haya respirado, pero ella entendió
eso y tiene miedo; no sé
si los pacientes deberían contar en detalle todo lo que les pasa porque todos
los pacientes son diferentes y los médicos también. No sé nada, como
desde que empezó la pandemia. Sí estoy segura de que ya no podemos
distinguir fake de real. O que es cada vez más difícil y que da vergüenza
admitir haberse creído algo o la desmentida pública.
Y los morbos. Querer escuchar el
famoso audio falso de la falsa médica del Malbrán. Preguntar en grupos:
¿alguien lo tiene? Si, alguien lo tiene. Pero está en modo Guardián Moral y no quiere enviarlo
porque no hay que difundir ese tipo de canalladas. Totalmente de
acuerdo, pero no es para difundir: es para satisfacer un ansia perverso de
envenenamiento por infodemia. No, es la respuesta muy enojada. Es el
encierro, dirán, la gente está susceptible y al límite. Muchas personas sufren el encierro de una manera
espantosa por diversas razones: porque estuvieron obligadas al
confinamiento antes, porque sufren trastornos de ansiedad relacionados con
salir o no de la casa, porque la transitan con personas que preferirían ver
menos, porque están en situaciones de convivencia muy complejas o violentas,
porque los hijos agobian, porque no tienen espacio. (Y aclaro que no hablo de
los más vulnerables sólo porque siento que es necesario aclarar todo. He visto ejércitos de trolls en
la madrugada y es como la llegada de los Caminantes Blancos --¿alguien se acuerda de Juego
de Tronos?). Creo, sin embargo, que lo más estresante es el miedo a
la inminencia de la explosión sanitaria que, esperamos, confiamos, sea tenue o
manejable. Es que, aunque se hayan tomado las medidas adecuadas,
finalmente no sabemos porque el futuro no está escrito. No saber desespera.
La vida es incertidumbre, por supuesto. Pero, a veces, esa incertidumbre se
siente más. Y hoy se siente como una herida reciente, con los nervios
cercenados, con la red gritando sin parar.
Actividades:
a. Expliquen cómo fundamenta la autora cada una de las frases
(tesis) subrayadas en el texto.
b. Determinen qué estrategia
argumentativa utilizó Enriquez en los fragmentos marcados de color(Usen las
estrategias que apuntaron de la publicación anterior del blog)
c. Según tu opinión: ¿Cuál es la tesis de la autora en este artículo?
d. Elijan una (o varias) de las tesis expuestas en la
actividad “a” y escriban un texto donde expresen su postura personal (¿Qué piensan ustedes y por qué piensan así?) respecto al tema tratado por la autora en este
texto. La argumentación puede ser positiva o negativa y debe tener:
*Título.
*extensión: una carilla como mínimo
*estrategias argumentativas: utilizar, al menos, cuatro de
las presentes en el apunte y marcarlas.
*claramente diferenciadas las partes de la estructura.
*Presentar escrita a mano.
Hola profe, yo tengo dudas sobre la B. ¿Hay que poner en cada fragmento remarcado una de las palabras que puso en la otra publicación?
ResponderBorrar¡Claro! En lugar de que busquen las estrategias usadas en el texto, la idea es que las identifiquen o las reconozcan. Por ejemplo: cuál de los fragmentos marcados es una ejemplificación, cuál una ironía, cuál una causa/consecuencia, etc. Sólo colocar el nombre de la estrategia al lado de cada frase resaltada.
BorrarGracias!
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