Ortografía: simplificar o no simplificar, esa es la cuestión

Comparto enlace para observar el video expuesto en clase:

¿Ase falta una nueba ortografía? - Karina Galperin

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Textos complementarios para leer y analizar el tema de la simplificación de la ortografía:

BOTELLA AL MAR PARA EL DIOS DE LAS PALABRAS    

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       A mis doce años de edad estuve a punto de ser atropellado por una bicicleta. Un señor cura que pasaba me salvó con un grito: ¡Cuidado! El ciclista cayó a tierra. El señor cura, sin detenerse, me dijo: ¿Ya vio lo que es el poder de la palabra? Ese día lo supe.
Nunca como hoy ha sido tan grande ese poder. La humanidad entrará en el tercer milenio bajo el imperio de las palabras. No es cierto que la imagen esté desplazándolas ni que pueda extinguirlas. Al contrario, está potenciándolas: nunca hubo en el mundo tantas palabras con tanto alcance, autoridad y albedrío (…).  No: el gran derrotado es el silencio. Los idiomas se dispersan sueltos de madrina, se mezclan y confunden, disparados hacia el destino ineluctable de un lenguaje global.
      La lengua española tiene que prepararse para un ciclo grande en ese porvenir sin fronteras. Con razón un maestro de letras hispánicas en los Estados Unidos ha dicho que sus horas de clase se le van en servir de intérprete entre latinoamericanos de distintos países. Llama la atención que el verbo pasar tenga cincuenta y cuatro significados, mientras en la república del Ecuador tienen ciento cinco nombres para el órgano sexual masculino.  (Es) una lengua que desde hace tiempos no cabe en su pellejo. Pero nuestra contribución no debería ser la de meterla en cintura, sino al contrario, liberarla de sus fierros normativos para que entre en el siglo veintiuno como Pedro por su casa. 
      En ese sentido, me atrevería a sugerir ante esta sabia audiencia que simplifiquemos la gramática antes de que la gramática termine por simplificarnos a nosotros. Asimilemos pronto y bien los neologismos técnicos y científicos antes de que se nos infiltren sin digerir, negociemos de buen corazón con los gerundios bárbaros, los ques endémicos, el dequeísmo parasitario. Jubilemos la ortografía, terror del ser humano desde la cuna: enterremos las haches rupestres, firmemos un tratado de límites entre la ge y jota, y pongamos más uso de razón en los acentos escritos, que al fin y al cabo nadie ha de leer lagrima donde diga lágrima ni confundirá revolver con revólver. ¿Y qué de nuestra be de burro y nuestra ve de vaca, que los abuelos españoles nos trajeron como si fueran dos y siempre sobra una?
      Son preguntas al azar, por supuesto, como botellas arrojadas a la mar con la esperanza de que les lleguen al dios de las palabras. A no ser que por estas osadías y desatinos, tanto él como todos nosotros terminemos por lamentar, con razón y derecho, que no me hubiera atropellado aquella bicicleta providencial de mis doce años.
 [Fragmentos del discurso de Gabriel García Márquez en el  I Congreso Internacional de la Lengua Española. Zacatecas, (México) 11 de abril de 1997.]

Discurso completo en video AQUÍ


UN ESCRITOR Y LA HACHE

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     La propuesta de García Márquez tiene repercusión porque quien la formula es un Premio Nobel y un gran escritor, pero no me parece destinada a influir en el desarrollo de la lengua. Mucho más modestamente, hace ya varios lustros que Juan Ramón Jiménez, también Premio Nobel y notable escritor, intentó unificar en la j los sonidos afines, y es obvio que no logró contagiar al lenguaje esa obsesión personal. Las lenguas sufren constantes modificaciones, pero solo cuando proviene de la sociedad hablante y escribiente. No obstante, debo reconocer que la forma o el aspecto de la palabra no tiene la misma importancia para el prosista que para el poeta, y yo creo que en su sorpresivo alegato García Márquez muestra su “hilacha” de prosista. Para el ensayista, el periodista o el narrador, la palabra es sobre todo concepto y su morfología no es tan importante. Para el poeta, la palabra es, además, imagen escrita, y allí no es lo mismo “humo” que “umo”, “hogar” que “ogar” En un poema, el espíritu de la palabra puede constituir una metáfora, pero el cuerpo de esa misma palabra también constituye una imagen. No está mal transgredir las normas gramaticales. Desde Vallejo a García Márquez, todos lo hacen (lo hacemos), pero lo atractivo y experimental es que lo trasgresor sea la excepción y no la regla. De todas maneras, y aparte de estas sutilezas me parece que los cambios propuestos pueden llevar a evidentes confusiones. No es lo mismo (y estos ejemplos incluyen el problema de la hache y de los acentos) “hábito” que “habito”, “húsar” que “usar”. Creo, además, que en materia de lenguaje, hay problemas más urgentes y globales. O sea, que más importante que la supresión de la hache, me parece la eliminación del analfabetismo. Esto sea dicho sin prejuicio de reconocer el ánimo lúdico de García Márquez. Si una vez hizo levitar a Remedios la Bella, ¿por qué no puede hacer que levite Hache la Muda?


(Mario Benedetti, Diario Clarín, 11 de abril de 1997)

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